13 julio 2011

No ir

Agobiado por la sospecha de que no iba a saber que decir, Caballero se detuvo pensativo durante unos instantes.

La sospecha se tornó rápidamente en certidumbre, al tiempo que el humo de su cigarro salía expulsado para estrellarse con gracia maléfica contra la hoja en blanco de la máquina de escribir.

Se acercaba, golpeteaba el escritorio con los dedos, exhalaba con frustración, se frotaba el cuello, daba vueltas en su silla, le daba un trago con desprecio y esperanza al vaso de whiskey barato y finalmente lo único que podría hacer era encender otro cigarro. No, no importaba que todavía estuviera encendido el anterior.

¿Qué haces? ¿Por dónde empiezas? ¿Cómo reportas un caso así?

Estas preguntas habían sido sus únicas compañeras desde que regresó del cementerio y al parecer no tenían intención de irse muy pronto que digamos.

Aún así, Caballero sabía que tenía que hacer algo, tenía que comenzar a darle forma a este asunto. Aunque estaba seguro de algo; algo que si bien no resolvía nada, le pareció apropiado para comenzar a redactar su expediente imposible.

Soltó una bocanada de humo al tiempo que empezó a escribir con una lentitud ceremonial, deleitándose con el ritmo casi fúnebre de las teclas. Por fin había comenzado el reporte del caso más extraño en su carrera de detective.

"La rubia entró en mi despacho y supe que después de esa noche mi vida cambiaría para siempre..."


2 comentarios:

Selara Majere dijo...

Dichosa rubia, seguro que es el cebo del mismisimo príncipe oscuro.

Korkuss dijo...

Si yo te contara... Algo distinto pero fuera de este mundo.